De Fibra Brillante

Es bien sabido que para preparar un banquete, el chef tiene que trabajar muy duro en la cocina: tomarse su tiempo, cuidar todos los detalles, escoger bien los platillos y diseñar un buen menú. Lo mismo podría decirse de preparar una exhibición de grandes proporciones; el resultado puede ser memorable o quedar en el olvido. Y es que la cocina mucho tiene que ver con el arte de la fotografía: el punto exacto de los ingredientes, la sazón, los tiempos de cocción y ese toque personal que imprime a los platillos un tono y un sabor particulares.

“Cocinar” “La mirada de Daniel Chauche” como el plato fuerte de la 5ª edición del festival de fotografía en El Salvador, “Esfoto 09”, nos tomó poco más de un año. Lo primero fue encontrar el espacio adecuado y digno para una monografía con carácter retrospectivo y que abarcara gran parte de su trayectoria. Ciertamente no pudimos haber encontrado mejor lugar que la Gran Sala del Museo Nacional de Antropología –MUNA-, un espacio imponente como la obra de este artista lo exigía. Alojar esta exposición ha sido un importante acierto para Esfoto, no sólo por la extraordinaria calidad de las imágenes sino por la relevancia que la fotografía documental está adquiriendo en el arte contemporáneo. Definitivamente satisfizo las expectativas de los paladares más exigentes y se instaló en la memoria del medio fotográfico salvadoreño como uno de los convites más memorables.

La primera vez que visité la casa-laboratorio de Daniel fue -no podía ser de otra manera- para una comida. Todavía recuerdo el olor y el sabor del más exquisito Pepián que yo haya probado en mi vida, un platillo típico guatemalteco irónicamente preparado magistralmente por un chef francoamericano, tal como sucede con su trabajo fotográfico; pues, además de chef, Daniel es el fotógrafo documental más influyente de Guatemala por estos días. Cocina y arte se conjugan en su casa; dos espacios vitales entre los que se mueve con especial energía: su cocina y su cuarto oscuro.

Este caballero de fibra brillante heredó de su abuelo la pasión por la fotografía; su carácter perfeccionista y testarudo lo han convertido en un profesional excepcional; su aporte a la fotografía documental en Guatemala ha sido fundamental en las últimas tres décadas. Hay dos tipos de personas en el mundo: las que creen saberlo todo y las que dicen no saber nada; él no pertenece a ninguna de éstas, sino a una tercera: los que están seguros de saber justo lo necesario para hacer su trabajo con dignidad y efectividad. Conocedor y estudioso de la historia de la fotografía, sus retratos de fondo blanco, impecables, de una factura extraordinaria y una técnica depurada, quizá sean su plato principal, pero no se puede dejar de mirar toda la “carta“: imágenes de santería, sórdidas cantinas, magueyes, retratos de taxi o motociclistas, un vendedor de semillas, un caballo considerablemente más guapo que su amo, una novia que espera en la cama o un anciano indígena que nos mira fijamente, completan el menú.

A Daniel le encanta cocinar para los demás, departir con sus comensales, alargar las sobremesas y ahora que lo análogo vuelve a estar al alza, celosamente traspasa conocimientos y experiencias como quien comparte sus recetas, dándose a la tarea de preparar relevos, escribir y curar proyectos expositivos, apoyar iniciativas para continuar con el imaginario y la memoria gráfica, esa tarea apasionada de retratar la cotidianidad de la sociedad plural guatemalteca. He tenido la suerte de ver su obra, el privilegio de trabajar con él, pero lo más grande, sin duda, ha sido sentarme a su mesa, la mesa en donde se sientan y comen sus amigos.

Santería








Color




Daniel Chauche, la mirada

Un taxi, Omaha, años setenta. Todos caben en estas fotos. Desde el padre de iglesia hasta los amigos de fiesta, pasando por algún otro rezagado, que ha llegado a la noche sin tener mucha consciencia. El fotógrafo es uno de ellos. Hace un registro minucioso de todos sus pasajeros y, con él, va dejando abierto un camino que lo llevará durante más de treinta años a escudriñar en el alma de los personajes que retrata.
Cuando, a mediados de la década del setenta, Daniel Chauche comenzó a recorrer Guatemala con su cámara, no hacía más que seguir la tradición de varios fotógrafos, quienes, desde el siglo XIX, visitaban este país —de una fotogenia a toda prueba— y tomaban miles de imágenes: terminaron por convertirse en el álbum de diapasón más amplio que jamás se haya elaborado en Guatemala. Sin embargo, aquellas fotografías anteriores llevaban dentro de sí la visión de quien miraba a su alrededor con la ligereza que da el paso rápido. Daniel ha sido diferente. Llegó para quedarse. Y ese arraigo se ve reflejado en su obra.
Recorriendo el país de punta a cabo, encontró los más disímiles clientes para sus fotografías. Mujeres y hombres orgullosos de lo que son y dispuestos a obtener una imagen que los represente con los atributos que, en su imaginario, los construyen como entes sociales. El soldado con su arma en ristre, la señora del mercado rodeada de sus mejores productos, el grupo de cofrades… Daniel trasladó el concepto del estudio fotográfico tradicional a un espacio al aire libre en donde no hay mediadores entre el artista y el sujeto. El retratado no llega a un espacio físico, sino se coloca en su entorno, en un lugar en donde está cómodo y que, de alguna manera, también lo representa. Y pronto comienza una dinámica en la que el artista intuye que está captando la profundidad de su modelo, sin darse cuenta quizás de que, en el fondo, el personaje que tiene delante también lo está calando a él, en lo más hondo.
Retrata también la realidad de Guatemala, lo que ve a su alrededor, con independencia de que aparezcan las personas o no, y lo hace de la mano de lo que trasmite el país en sus esencias. Muchas de las imágenes tomadas por él a lo largo de los años pueden ser consideradas el retrato de una Guatemala profunda a la que le ha puesto un rostro, que no es precisa (y solamente) el de su gente, sino también el de una realidad construida por el artista en su afán de transmitir, como un todo indisoluble, las vivencias que experimentó cuando fue tomada la imagen.
Es en esto donde radica la fascinación que producen las obras de Chauche, en que son dobles, y triples. En que en ellas podemos ver, al unísono, dos personas al mismo tiempo, dos mundos, dos maneras de percibir la realidad, y una tercera (la nuestra) que se funde con todo lo anterior.
Como en un viaje, los retratos de Daniel nos permiten formarnos nuestra propia concepción del mundo, y van necesitando tan poco escenario que, de pronto, ya el artista sólo necesita un fondo blanco en donde colocar la poderosa presencia del objetivo de su cámara. Es simple, no hay que ir más allá para entenderlo y para, además, tener esa sensación de inmensidad en donde no puedes aprehenderlo todo.
Paralelamente, las realidades que saca a la luz se convierten en historias en sí mismas, transmitidas por la cámara de un artista que usa su maestría técnica para construir no solamente un escenario, sino todo un conjunto de estructuras, que devienen imagen e historia.
Daniel ha sido pionero en exhibir sus fotos con el hilo conductor que subyace en ellas desde sus inicios. Ha creado varios portafolios de imágenes que, en su unidad, expresan la realidad de un país diverso y hondo. Ha escarbado, como un arqueólogo. Se ha regodeado, como un artista. Y ha sido maestro de otros creadores, quienes, a su alrededor, han aprendido, además de los entresijos de la técnica fotográfica, los apasionantes vericuetos de la mirada.
Si no fuera suficiente con su obra, vasta en su pulcritud técnica y dolorosamente hermosa en su contenido, su labor pedagógica informal podría decirlo todo de él. Daniel va creando escuela a su alrededor. Pensó que, en algún momento, estas piezas iban a hablar por él, pero no confiesa que por él hablan también los artistas guatemaltecos y extranjeros, que han bebido de su trabajo. Y Guatemala, que se entrega a través de su cámara.

Valia Garzón Díaz
Guatemala,agosto,2009
Daniel Chauche ha hecho, desde 1976 un trabajo antropológico de manera voluntaria e
involuntaria a la vez. Las imágenes que este fotórafo ha logrado van de lo étnico y social, a
lo nostálgico. Los rostros que plasma n la película fotográfica son la evidencia más pura y
clara de nuestra sociedad y la evolución de sus costumbres y modos de vida. Sus paisajes
transmiten todo tipo de rememoraciones de la Guatemala bucólica y de la urbana. Chauche
ha sido testigo de nuestr historia y l ha documentado y expuesto.

Edwin Siekavizza