Daniel Chauche, la mirada

Un taxi, Omaha, años setenta. Todos caben en estas fotos. Desde el padre de iglesia hasta los amigos de fiesta, pasando por algún otro rezagado, que ha llegado a la noche sin tener mucha consciencia. El fotógrafo es uno de ellos. Hace un registro minucioso de todos sus pasajeros y, con él, va dejando abierto un camino que lo llevará durante más de treinta años a escudriñar en el alma de los personajes que retrata.
Cuando, a mediados de la década del setenta, Daniel Chauche comenzó a recorrer Guatemala con su cámara, no hacía más que seguir la tradición de varios fotógrafos, quienes, desde el siglo XIX, visitaban este país —de una fotogenia a toda prueba— y tomaban miles de imágenes: terminaron por convertirse en el álbum de diapasón más amplio que jamás se haya elaborado en Guatemala. Sin embargo, aquellas fotografías anteriores llevaban dentro de sí la visión de quien miraba a su alrededor con la ligereza que da el paso rápido. Daniel ha sido diferente. Llegó para quedarse. Y ese arraigo se ve reflejado en su obra.
Recorriendo el país de punta a cabo, encontró los más disímiles clientes para sus fotografías. Mujeres y hombres orgullosos de lo que son y dispuestos a obtener una imagen que los represente con los atributos que, en su imaginario, los construyen como entes sociales. El soldado con su arma en ristre, la señora del mercado rodeada de sus mejores productos, el grupo de cofrades… Daniel trasladó el concepto del estudio fotográfico tradicional a un espacio al aire libre en donde no hay mediadores entre el artista y el sujeto. El retratado no llega a un espacio físico, sino se coloca en su entorno, en un lugar en donde está cómodo y que, de alguna manera, también lo representa. Y pronto comienza una dinámica en la que el artista intuye que está captando la profundidad de su modelo, sin darse cuenta quizás de que, en el fondo, el personaje que tiene delante también lo está calando a él, en lo más hondo.
Retrata también la realidad de Guatemala, lo que ve a su alrededor, con independencia de que aparezcan las personas o no, y lo hace de la mano de lo que trasmite el país en sus esencias. Muchas de las imágenes tomadas por él a lo largo de los años pueden ser consideradas el retrato de una Guatemala profunda a la que le ha puesto un rostro, que no es precisa (y solamente) el de su gente, sino también el de una realidad construida por el artista en su afán de transmitir, como un todo indisoluble, las vivencias que experimentó cuando fue tomada la imagen.
Es en esto donde radica la fascinación que producen las obras de Chauche, en que son dobles, y triples. En que en ellas podemos ver, al unísono, dos personas al mismo tiempo, dos mundos, dos maneras de percibir la realidad, y una tercera (la nuestra) que se funde con todo lo anterior.
Como en un viaje, los retratos de Daniel nos permiten formarnos nuestra propia concepción del mundo, y van necesitando tan poco escenario que, de pronto, ya el artista sólo necesita un fondo blanco en donde colocar la poderosa presencia del objetivo de su cámara. Es simple, no hay que ir más allá para entenderlo y para, además, tener esa sensación de inmensidad en donde no puedes aprehenderlo todo.
Paralelamente, las realidades que saca a la luz se convierten en historias en sí mismas, transmitidas por la cámara de un artista que usa su maestría técnica para construir no solamente un escenario, sino todo un conjunto de estructuras, que devienen imagen e historia.
Daniel ha sido pionero en exhibir sus fotos con el hilo conductor que subyace en ellas desde sus inicios. Ha creado varios portafolios de imágenes que, en su unidad, expresan la realidad de un país diverso y hondo. Ha escarbado, como un arqueólogo. Se ha regodeado, como un artista. Y ha sido maestro de otros creadores, quienes, a su alrededor, han aprendido, además de los entresijos de la técnica fotográfica, los apasionantes vericuetos de la mirada.
Si no fuera suficiente con su obra, vasta en su pulcritud técnica y dolorosamente hermosa en su contenido, su labor pedagógica informal podría decirlo todo de él. Daniel va creando escuela a su alrededor. Pensó que, en algún momento, estas piezas iban a hablar por él, pero no confiesa que por él hablan también los artistas guatemaltecos y extranjeros, que han bebido de su trabajo. Y Guatemala, que se entrega a través de su cámara.

Valia Garzón Díaz
Guatemala,agosto,2009